Zona de Traducción

domingo, 22 de marzo de 2015

Las Crónicas de Joce G Daniels G*
Totó, «La Mompoxina»


Fue casi a los veinte años de edad cuando tuve la grata felicidad y el enorme placer de escuchar por primera vez la vigorosa y vibrante voz de Totó, La Mompoxina, en un diciembre lleno de faroles, novenas, velitas cadenetas, chandé, cumbia y mapalé en la legendaria y mítica esquina de La Popi. 
A pesar de que ella nació muy cerca de la casa de Dona, mi mamá, en la Albarrada, jamás tuve el privilegio de escucharla en mi infancia añorada y remota, sino cuando ya ella andaba volando alto y llevaba sobre sus espaldas un vellocino de fama bien ganada y la gente de mi pueblo sólo le recriminaba que no se llamara «Totó, La Talaigüera». 
Fue su tío Edulfo Mancera, un diestro cazador de manatíes que los educaba bajo la férula del idioma en inglés, en el patio de la casa a la sombra fresca de los viejos árboles de mango, quien le endilgó desde muy niña el apodo de Totó, pero cuyo nombre sentado en la pila bautismal es Sonia Bazanta Vides. 
Hija mayor de Daniel Bazanta y de Libia Vides, una pareja de talaigüeros que en la década de los años cincuenta, en pleno auge de la violencia política, dejaron la lata y el canalete y una mañana se fueron en un buque de ruedas para Barrancabermeja, donde según contaba la gente en la calle emergía el petróleo como una bendición de Dios y la plata corría como el agua en caños y riachuelos. 
De  allí, llenos de calor se fueron para Villavicencio donde estuvieron cinco años y luego en uno de sus giros ilusorios que da la vida cayeron en las calles de la ciudad de Bogotá, que no sólo les abrió un océano de esperanzas y porvenir, sino que también les despertó las fibras dormidas de sus ancestros, de los cantos del río, del tambor y toda esa herencia cultural aprisionada desde hace muchos siglos en los recovecos del tiempo. 
Allí junto a sus padres, combinó durante mucho rato el oficio de zapatero con el de músicos ocasionales y con sus hermanos Aminta, Consuelo, Mimi y Daniel organizaron uno de los grupos de más fama en el contexto folclórico de la Bogotá de los años sesenta. Con el tiempo su casa fue conocida como el Consulado Musical del Caribe a donde arrimaban los artistas de esta parte del país que iban a presentarse a la Capital. 
«La Casa de Libia y Daniel era nuestro hogar en Bogotá», me dijo el maestro Alejo Durán, pocos días antes de morir. 
Cuentan quienes la conocieron niña y montaraz en las calles de Talaigua, antes del periplo de sus padres, que en tiempos de pascua se metía en el tumulto de personas adultas y de bebedores de ñeque para participar e improvisar en los tradicionales chandé. Fue allí, en medio del corazón y del cariño de la gente sencilla y amable, del calor de las titilantes espermas, de las notas del millo, la tambora, la gaita y el tambor en que recibió sus primeros aplausos que a la postre serían también sus primeros premios. 
Totó, que vivió en Talaigua en los años ochenta escarbando un poco la historia de sus ancestros, siempre ha sido mirada por muchos de sus paisanos, no como la consagrada y famosa cantante que con su galillo llenó de alegría y de emoción el palacio de la Cultura de Estocolmo y puso la piel de gallina de los reyes, sino como la hija de Ñañe Bazanta, que en las noches cuando suena el tam tam de los tambores y las notas agudas del millo de Víctor Julio, como muchas cantadoras de chandé también desnuda su cuerpo y su alma cantando la pascua bajo el palo de flemón en la esquina de la Popi. 
Sin lugar a dudas, el gran mérito de Totó, la cantadora de chandé, es que fue una de las primeras personas que se interesó y rescató el olvidado y vapuleado folclor del río y lo llevó a las más altas cúspides, marcando el paso de cada nota, abriendo trochas y tumbando barricadas, hasta modernizar el folclor y folclorizar lo moderno, pues hasta esos momentos las tradiciones populares se encontraban al borde de sucumbir por la arremetida de la música extranjera y naturalmente por el desinterés de las nuevas generaciones. 
Hoy esa música, cuya mayor influencia le viene del sincretismo indio-afro-europeo, tiene personalidad y partida de bautismo propia y tiene un sitial de honor gracias a los esfuerzos realizados por mujeres de la talla de Delia Zapata Olivella, Estefanía Caicedo, Ramona Ruiz, Benancia Barriosnuevos, Petrona Martínez y naturalmente Totó que con sus voces, cantos y movimientos han desplegado todo su ingenio para arrancar aplausos y elogios. 
Aunque acerca de Totó, La Mompoxina, se ha escrito mucho y se han llenado páginas y páginas de tinta, una nota más no le levantará un pelo de su frondosa cabellera, pero sí creo que es un deber mío responder a quienes me venían insinuando le escribiera una nota, pues no se justifica que habiendo nacidos ambos en la Albarrada del mismo pueblo, separadas nuestras casas por unos pocos metros de tierra llena de cagajones y de hierba y hubiésemos sentido a la misma hora el ruido ensordecedor de los hidroaviones, nos hubiéramos bañado en las olas de los buques de ruedas y hubiésemos escuchado el ronquido de los caimanes, no narrara algunos hechos de su infancia desconocidos para muchos, sobre la más importante cantadora de chandé que ha dado Colombia en el presente Siglo, cuyo único pecado y el que no le perdonan sus paisanos es que la primera vez que se presentó en el canal de Teletigre y demostró sus dones y virtudes para el canto no se hiciera llamar Totó, La Talaiguera. 
San Sebastián de Calamari.
*Presidente fundador de la Asociación de Escritores de la Costa. Organizador del Parlamento Nacional de Escritores de Colombia. Este texto forma parte del Libro "Mi tiempo en El Tiempo Caribe", recopilación de crónicas de cuando El Marques de la Taruya escribía una columna semanal en el gran diario colombiano.

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