Las vidas para le(er) las deGabriel García Márquez y Octavio Paz
Por Ariel Castillo Mier*
A primera vista no habría dos escritores más disímiles que el poeta Octavio Paz y el narrador, Gabriel García Márquez. Pese a estar hermanados por el Premio Nobel, no es temerario pensar que los dos eran seres tan diferentes (casi contrarios) al punto que viviendo en la misma ciudad, en la región más transparente del aire, y pese a la amistad compartida con el poeta Álvaro Mutis, se mantuvieron siempre distantes.
Paz es el prototipo del poeta moderno, lúcido, autoconsciente, crítico del mundo, del lenguaje y de los mecanismos y fundamentos de la poesía. García Márquez, con hondo arraigo en la tradición analfabeta y antigua del relato oral, intenta explicar el mundo a través de anécdotas que abstraigan al lector de su circunstancia angustiosa para devolverlo a la realidad enriquecido espiritualmente.
El Mexicano Octavio Paz |
El uno, del sur de Norteamérica, nacido en Mixcoac, en una meseta con rancios ancestros indígenas, vigilada por volcanes femeninos; y el otro, nacido en Aracataca, una región de ríos y caciques aborígenes, no muy lejos del mar, con gran presencia afromericana, al norte de Suramérica; el uno, además de poeta, ensayista, diplomático, director de revistas, crítico literario y de artes plásticas y traductor; el otro, narrador nato con diferentes máscaras: reportero, cuentista, novelista, guionista de cine, columnista internacional; el mexicano: intelectual a la francesa, de tiempo completo, y fiel a la cultura más exquisita y exigente; el caribeño, anti intelectual, a la manera de la generación perdida norteamericana, defensor del vitalismo y la cultura popular del Caribe del bolero, la guaracha, la salsa, la cumbia, el vallenato y las radionovelas, detestaba el espectáculos de los intelectuales en la televisión, los congresos, las conferencias, las mesas redondas y las entrevistas.
Paz despreciaba la novela, el género vulgar de nuestro tiempo, y ejerció con altura la crítica literaria. García Márquez detestaba los críticos, hombres serios y aburridores, porque la seriedad había dejado de interesarle hacía rato, y le divertía verlos patinando en la oscuridad con su caparazón de pontífices que no encuentran en los libros lo que pueden, sino lo que quieren, pues no saben qué buscan ni adónde quieren llegar.
El aristócrata y el plebeyo, el refinado y el popular, la distancia mayor entre los dos, tuvo que ver con su diversa ubicación política: García Márquez en la izquierda, pero a la derecha de Fidel Castro, y Paz en la derecha, aunque en diatriba contra toda dictadura.
Funcionario y diplomático, el mexicano jamás claudicó en el ejercicio de su libertad bajo palabra; García Márquez, por su parte, nunca aceptó un puesto público ni un cargo oficial debido a su desacuerdo con todo el sistema político colombiano, a todo lo ancho y a todo lo largo y a todo lo profundo de su estructura anacrónica, y para no empeñar su palabra.
Adolfo Bioy Casares |
Uno, reportero curtido, se acostumbró a escuchar con atención y paciencia; el otro, dado a interrumpir al contertulio, se acostumbró a apoderarse de la palabra y a monopolizar la conversación.
Mientras que García Márquez idolatraba a Rulfo, Paz lo elogiaba con desdeñosa reticencia.
Al colombiano quizá lo quieren más en México que en su país natal, donde incluso paisanos caribes no le perdonan que uno de sus hijos haya estudiado en Harvard y los académicos bogotanos y antioqueños suelen mofarse de sus supuestas excentricidades de nuevo rico, sus yins de vaquero, sus botas de calle y sus guayaberas, y la recepción inicial de Cien años de Soledad en la prensa nacional fue francamente negativa, pues no la bajaban de impenetrable ladrillo reaccionario escrito en lenguaje chabacano.
Al mexicano, en cambio, lo idolatran los poetas colombianos, no sólo en su poesía, sino en sus reflexiones críticas y no faltan en cada ensayo al menos dos citas del Arco y la lira, Corriente alterna o Los hijos del limo.
Pero en México, a Paz lo veían, a menudo, con sorna o indiferencia y se decía que la cultura mexicana descansaba en Paz.
Muy pocas veces se aludieron directamente el uno al otro. Más pródigo con la palabra, opinador profesional, 1972, Paz, en un ensayo sobre Carlos Fuentes, se refirió a la obra de García Márquez, inicialmente con elogios, reconociéndolo como uno de los más notables novelistas hispanoamericanos (junto con Bioy Casares) en los que el amor es una pasión soberana, y casi adivinando la trayectoria posterior del autor de Cien años de soledad, afirmó:
«En el mundo de García Márquez el amor es un poder genésico que reina como una presencia oscura, impersonal y todopoderosa: es el mundo del primer día o, más exactamente, la noche primordial».
En 1973, en diálogo con Julián Rios, al destacar la presencia de Ramón Gómez de la Serna en las letras hispanoamericanas, menciona como ejemplo la obra garciamarquiana, no sin recalcar que mientras Gómez era un inventor, García Márquez era un popularizador de hallazgos ajenos.
El Chileno Pablo Neruda
Y remató con una caracterización a pedrada pura: «La prosa del escritor colombiano, esencialmente académica, es un compromiso entre periodismo y fantasía. Poesía aguada. García Márquez es un continuador de una doble corriente latinoamericana: la épica rural y la novela fantástica. No carece de habilidad, pero es un divulgador, o como llamaba Pound a este tipo de fabricantes, un «diluter».
El cambio de actitud parece estar mediado por alguna alusión de Gabo o la firma de apoyo a un documento en el cual se definía a Octavio Paz como un escritor del sistema.
La andanada del polemista Paz no se hizo esperar en su cordial conversación con Rita Guibert al calificarlo como «Vocero de un grupito de pseudoextremistas que predican, sin tener las fuerzas ni la posibilidad de hacerla, «¡la revolución ahora mismo!». García Márquez es un oportunista de la izquierda, un hombre sin ideas políticas, sin ideas tout court… Capitán de las guerrillas latinoamericanas en los restaurantes y bares de Barcelona».
Y en entrevista con Alan Riding precisó: «No le reprocho a García Márquez que use su talento para defender sus ideas. Le reprocho que éstas sean pobres. Hay una diferencia enorme entre lo que hacemos. Yo trato de pensar y él repite eslogans».
Cuando a García Márquez le dieron el Nobel, Paz guardó silencio, si bien en su revista Vuelta abundaron las reseñas y alusiones negativas de su obra.
Cuando Paz se ganó el Nobel, el colombiano, parco, escribió: «La Academia Sueca ha enmendado por fin su propia injusticia».
No obstante, si ahondamos en sus trayectorias vitales podremos apreciar que no son pocas las similitudes de asombro que enlazan esas dos vidas en sus distintas etapas.
Los dos pasaron infancias duras entre adultos, lejos del padre, entre un prestigio social y una estabilidad económica que se venían a menos y se desmoronaban, en compañía de sus abuelos (Paz con el paterno «Papá Neo»: García Márquez con el materno «Papalelo») ambos militares liberales olorosos a pólvora (el de Paz, general y pensionado: el de García Márquez, coronel, murió esperando la pensión), con un muerto a cuestas como consecuencia de un duelo de honor, quienes les inculcaron a los nietos la pasión por la historia, el lenguaje y los diccionarios (el de García Márquez le cedió un pedazo de pared para que pintara: el de Paz, su pluma, con la que el niño escribía cartas a destinatarias desconocidas) y con quienes compartieron los últimos años y el fin de la infancia (Paz presenció la muerte de Ireneo: García Márquez no estuvo cuando murió Nicolás) con largas caminatas y conversaciones interminables sobre la guerra.
Ambos vivieron la niñez en casas grandes (la de Paz con un hall donde cabía una orquesta; la de García Márquez con una mesa de dieciséis puestos) con bibliotecas afines (Las 1001 noches, Los cuentos de Callejas) habitadas por personas mayores y pobladas de fantasmas («cuartos y cuartos habitados/solo por fantasmas»), y tías medio locas, tocadas por la literatura (en letras de molde, la tía de Paz: oral, la de García Márquez) que marcaron su vida y su obra.
Tanto Paz como García Márquez, en su juventud, militaron en la izquierda: Paz fue detenido cuando secundaba al catalán José Bosh y García Márquez, discípulo de maestros marxistas, alcanzó a ser célula del partido comunista colombiano.
Los dos comenzaron, sin culminarlos, estudios de derecho.
Durante sus visitas de novio, Octavio conversaba mucho más con su futuro primer suegro, José Antonio Garro, que con su prometida: igual pasaba con Gabriel José de la Concordia, quien se la pasaba platicando con el boticario Demetrio Barcha, padre de Mercedes.
Obras de los dos fueron rechazadas por Guillermo de Torre (quien, además, se opuso a la publicación de un poemario de Neruda, con lo cual acertó tres veces por error: los escritores a los que descalificó se ganaron el Premio Nobel.
Ambos padecieron (¿o disfrutaron?) el desprecio, la inquina inquisitorial y el corazón blindado de rencor de Rafael Gutiérrez Girardot.
Los dos encarnan la lealtad a la vocación, la tenacidad a prueba de tentaciones distractoras.
Herederos de la libertad imaginativa del surrealismo, maestros de la invención verbal, en sus obras el cuerpo (sobre todo el femenino) y el amor como antídoto contra la esencial soledad humana constituyen motivos recurrentes.
Faros de luz inextinguible, los dos han sido reconocidos universalmente, cada uno en lo suyo.
Como nada les fue regalado, supieron superar con voluntad inquebrantable los prosaicos obstáculos que impedían el pleno ejercicio de su vocación y ganarse, a puro pulso, el derecho a la palabra hasta el punto de erigirse, como figuras cimeras y polémicas, en el centro de la discusión intelectual latinoamericana, expuestos a la alabanza y el vituperio, el fervor y el odio de sus admiradores y detractores.
*Tomado de Magazín del Caribe Año X No.48 Enero-febrero de 2015. Bogotá Colombia